martes, 23 de agosto de 2011

La muerte de la primera

Los aros de hierro que adornaban los tres arcos del Puente de Isabel II brillaban plateados al amanecer. El reflejo de las luces de las farolas encendidas teñía de rayas anaranjadas y onduladas el agua tranquila.
Del interior de la sombra oscura que producía el arco central en el agua, asomó la proa sin pintar de una barca pequeña de madera. El sonido del agua se escuchaba limpio en la silenciosa bienvenida al día. La sombra tomó forma sobre la barca a medida que avanzaba al son del agua, atravesando la línea oscura que delimitaba el puente.
La forma tomó color. El rojo incandescente irrumpió en un escenario apagado y los primeros rayos de la mañana se tornasolaron en él.
La claridad iluminó a una chica atada al mástil de la barca. Su cabeza, ligeramente ladeada hacia la derecha, yacía sostenida por un fino cordón dorado que rodeaba su frente y la fijaba al mástil vertical.
La leve brisa había dejado caer la capucha y liberaba un pelo rubio, que revoloteaba a ambos lados de su cara blanquecina y envolvía el tronco al que estaba atada. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera dormida. Bajo ellos, unas ojeras azuladas hacían presagiar que su sueño era eterno.
Justo donde le acababa la pequeña sombra que causaba su barbilla, dos cortes, paralelos y sin una gota de sangre, atravesaban su garganta de punta a punta.
Un viento inesperado abrió la capa que cubría su cuerpo formando dos alas rojas en sus costados, y dejó al descubierto las brillantes líneas doradas que la tenían fijada al barco. Cuatro finos cordones, como el de su frente, la ataban al tronco, uno en los hombros, otro en la cintura, otro en las rodillas y un último cordón en los tobillos. Sus pies descalzos descansaban en la base del mástil. Sus brazos, ligeramente arqueados hacia atrás, y sus muñecas, atadas a la espalda, hacían el contrapeso suficiente para que el cuerpo no se inclinara hacia delante.
La tela roja escarlata de sus ropajes brilló cuando el sol se abrió paso entre las nubes. Y sus rayos la alcanzaron, reflejándose en el oro de los cordones que la sostenían. La imagen fue hermosa por un momento.
El ritual había comenzado.

lunes, 15 de agosto de 2011

Cada cinco años, diez mujeres son víctimas de un ritual milenario

“Doctor Emanuel Mason, caso 121.

10 de febrero de 2010:

Esta mañana recibí un correo electrónico de Raymond Petrov en el que me insistía en la obligación de viajar a Egipto con urgencia. Al negarme en primera instancia, me envío las fotos de las víctimas del caso y los datos sobre sus muertes. He decidido estudiarlo.

Después de lo que presencié en Francia pensé que ya no sería posible encontrarme nada peor. Me equivocaba .

El ritual que nos ocupa es investigado desde hace cuarenta años. Antes de esos cuarenta años no hay absolutamente nada documentado (Petrov me precisará la fecha. No hay indicios, ni implicados, absolutamente nada).

Cada cinco años, en algún lugar del mundo, desaparecen diez jóvenes mujeres de sobresaliente talento y de edades comprendidas entre veinte y treinta años. Al tercer día desde la primera desaparición, aparece muerta una de ellas y así una mujer cada amanecer durante nueve días. Cada joven es asesinada de una forma determinada, según el orden establecido, bajo un ritual limpio, exacto y perfecto.

La primera aparece degollada, atada por hombros, cintura, rodillas y tobillos al mástil de una barca, en algún lago o río, a la vista de todo el mundo. Va vestida con una túnica roja y una capa con capucha.

La segunda aparece viva, perdida entre la gente, sin signos de violencia, sin una gota de sangre. No puede hablar, no puede ver, no puede oír, su cuerpo se contrae y entume. Seguidamente entra en coma y muere. También lleva capa y túnica roja.

La tercera es hallada cortada en trozos formando una estrella de cinco puntas con su cuerpo, dentro de un círculo rojo con al menos un palmo de separación entre sus miembros. Cabeza, tronco, brazos y piernas. Está completamente desnuda.

La cuarta aparece carbonizada dentro de un aro de metal. Se da la suposición de que es quemada viva en un aro de fuego. Sin embargo, ocho centímetros en cada una de sus muñecas se muestran virginalmente protegidos de las llamas, ya que la piel en esa zona está absolutamente intacta.

La quinta, sin manos y sin ojos, muere desangrada. También viste túnica y capa roja.

La sexta es decapitada y colocada desnuda de costado, formando un círculo con su cuerpo. La cabeza, separada del resto del cuerpo, es el centro del círculo.

La séptima forma con su cuerpo una espiral exacta, de la cual la cabeza es el centro, como la sexta. Piernas, columna vertebral y cuello, rotos. También desnuda.

La octava es encontrada con ocho lanzas clavadas en línea recta en el abdomen, desde abajo del pecho y hasta la zona de la pelvis. El cuerpo está ligeramente arqueado en dirección opuesta a las lanzas. Desnuda.

La novena aparece exactamente igual que la primera, degollada, con su cuerpo atado al mástil de una barca, pero bocabajo.

La décima nunca se muestra.

Todos los cuerpos guardan en común la túnica o la capa roja (las que se presentan vestidas), señales en las muñecas de brazales o grilletes, y un símbolo grabado a fuego en la cadera (no muy apreciable en las fotos). No presentan abusos ni violencia de ningún tipo anterior a la muerte que no sea el grabado en la piel. Las raptan, las matan y las dejan, siempre al amanecer, en un lugar visible.

Petrov dice que tiene algo más para mí y estoy impaciente por que me lo muestre. Deducciones, ninguna clara. ¿Preguntas?, muchas. La principal, ¿dónde está la décima?, ¿porqué no la muestran muerta? Y si no la matan, ¿para qué la quieren viva?”


www.decimadocta.com